La demagogia pseudo-matemática del cierre masivo de escuelas
Una columna reciente en El Nuevo Día define las escuelas como un “servicio del mercado” que ha fracasado en Puerto Rico, y aplaude el cierre de cientos de escuelas como la solución a ese fracaso. El argumento del autor, un economista, se basa en una serie de números que juntos conforman un alegato pseudo-matemático: demasiados maestros, demasiados planteles, y muy pocos estudiantes.
Pero ese argumento es profundamente problemático. Primero porque la premisa que le sirve de arranque tiene poco que ver con números y mucho que ver con ideología. La escuela pública no es un “servicio del mercado”, porque la educación no es lo mismo que una alfombra o un corte de pelo: es un derecho. Los estudiantes no son clientes: son el corazón y motor de la sociedad y la economía. Si no los educamos bien, fracasamos todos.
Segundo, porque los números pueden ser, en principio, una herramienta importante. Pero son, por sí solos, insuficientes. Mal utilizados, resultan, en el mejor de los casos, inútiles; y en el peor, demagógicos.
El sistema público de educación no puede estar regido por la lógica del lucro (y no nos engañemos, porque es el lucro, justamente, la esencia del mercado) por la misma razón que tampoco pueden estarlo, por ejemplo, un sistema de hospitales o de rehabilitación de presidiarios. Estos son servicios esenciales para la calidad de vida de los pueblos y requieren de una gran inversión y compromiso colectivos. Los mejores sistemas educativos del mundo son aquellos que protegen e invierten en sus escuelas públicas, no las que se las venden al mejor postor.
O tal vez debo decir al peor postor (¿o al peor pastor?), porque recién le han vendido la escuela Julia de Burgos a una iglesia evangélica, por un pesito. Ese número “1$” sí que es importante y necesita explicación.
Y es que algunos números sirven para proveernos información útil, y otros sirven para esconderla.
Los promedios de estudiantes por escuela que usan los que alegan que hay “demasiadas escuelas” no toman en cuenta el tamaño y tipo de los planteles. La mayoría de los cierres anunciados por el departamento de educación dirigido por la secretaria Keleher son de escuelas elementales: sin embargo, hay investigaciones rigurosas que sugieren que las escuelas pequeñas y comunitarias son mejores para el desarrollo académico y emocional de los estudiantes, especialmente en grados primarios. Como país, ¿queremos mover a esos niños a una escuela más grande y distante?
Los promedios de estudiantes por escuela que usan los que alegan que hay “demasiadas escuelas” no toman en cuenta la calidad de las mismas. ¿Cómo explicar, si no, el cierre de escuelas de excelencia académica como los son el 30% de las escuelas Montessori incluidas en la lista de cierres?
Los promedios de estudiantes por escuela que usan los que alegan que hay “demasiadas escuelas” no toman en cuenta el texto mismo de la ley de reforma educativa que ellos (y sus números) han impulsado. Porque si hay demasiadas escuelas y pocos estudiantes, ¿cómo es que estamos creando chárters y enriqueciendo escuelas privadas a costa del erario público?
Nuestro sistema educativo, como todos nuestros sistemas, tenía problemas serios antes del huracán y antes de los cierres. Pero la causa de esos problemas tiene poco que ver con el promedio de estudiantes por escuela y mucho que ver con el hecho de que las administraciones del departamento de educación suelen usar los dineros públicos no para pagarle bien a los maestros, arreglar baños y proveer materiales, sino para pagarle bien a individuos y compañías privadas que aparecen como hongos en tiempos difíciles y que históricamente se han lucrado proveyendo “talleres” donde los maestros aprenden poco y “tutorías” donde los estudiantes aprenden menos aún.
De nuestros expertos, necesitamos menos numeritos simplones y más rigor y evidencia. La experiencia de los países y regiones que sujetan sus sistemas educativos a la lógica del mercado no ha sido buena. Necesitamos datos serios, aprender de lo que sí funciona, y reconocer, de una vez, que la escuela no es un “servicio de mercado” sino un derecho de los individuos y los pueblos.
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