Hace rato que tenía que haber escrito sobre este asunto de las tarifas fijas para los residenciales, o más bien (porque esto otro es lo que verdaderamente me llama la atención y me interesa) sobre la reacción que dicha política ha desatado. Esa protesta colectiva, a viva voz, una ola de quejas que nunca he visto elevarse, al menos no con esa velocidad, para defender ninguna otra causa. Ningún político pillo, o vago, o mantenido, ha desatado jamás semejante ira. Los que por poco nos queman el país con el desastre de CAPECO nunca fueron blanco de una indignación así. El bono a los desarrolladores para que pudieran seguir construyendo (y vendiendo) en un país con sobre veinte mil viviendas vacías nunca fue discutido como «robo» o «parasiteo».
Cuando decidí que finalmente escribiría sobre este asunto, tampoco escribí. No escribí porque quería producir un texto impresionante, conmovedor, o por lo menos ingenioso. Tal vez sonoro, con esa sonoridad que con frecuencia exhiben tipazos y tipazas como Pérez Reverte, o Ana Lydia Vega, o Mayra Montero -esa sonoridad que emite el argumento en el volumen preciso, y en la frecuencia exacta, para que éste resuene en las neuronas y el corazón ajenos. De modo que volví a no escribir.
Finalmente, supongo que hoy, decidí que igual tenía que hacerlo. Primero, porque me dí cuenta de que no lograría la resonancia esperada (puede leer sobre «resonancia», ese tan poético fenómeno de la física, aquí), justamente porque esa es la cualidad principal, y más repugnante, de esa indignación colectiva que hoy vengo a criticar. Me resigno entonces a escribir cualquier cosa: un cruce entre desahogo y memo corporativo, un telegrama febril, una rabieta antipática pero inteligible, un carraspeo lanzado torpemente al mundo de la cibernia. Que salga cualquier cosa, pensé, pienso; entramos luego y escribimos algo de seguimiento, más bonito, más sosegado, más intelectual.
Así que escribo. Primero, para describir la cosa que enfrento aquí. No se trata de la decisión de la tarifa fija – ni siquiera sé si esa decisión,la de otorgarle una tarifa fija de agua y luz a los que viven en residenciales públicos, es buena, mala o irrelevante. Probablemente, para ser honestos, en términos estrictamente económicos, es irrelevante. No lo sé. Francamente, ni viene al caso. Lo que me trae hoy a la ventanilla de editar una entrada en mi blog es la reacción popular a esa decisión. Y ésta, señores, ha sido de miedo. Los comentarios en los periódicos en línea chillan (sí, chillan, en chillonas mayúsculas) cosas acerca de esa «gentusa» (palabra que por cierto, muchos escribieron con ‘s’), que «vive del cuento», y que «no trabajan para vivir del gobierno y de los que pagamos contribuciones.» Hablan de irse a vivir en un caserío como si de hecho quisieran hacerlo. Hablan de un futuro donde el gobierno les dará internet gratuito también. Hablan de plasmas, antenas y piscinas en todos esos hogares que, si una no hubiera visto de cerca, tendría que imaginar como fabulosos palacios de cuento, con fuentes cristalinas y luces de discoteca.
Pero la peor parte no fueron los periódicos, no. Allí de todos modos siempre hay cuatro locos chillones comentando las noticias groseramente, de hecho esta vez han estado quizás hasta más educados que de costumbre. No, la peor parte fue facebook, espacio en donde me comunico con lectores de esta cosa, con amigos, con familiares, con antiguos compañeros. Allí, me cuenta un lector, José G. (que por cierto ha escrito algo muy bueno sobre este asunto y espero que lo publique en algún lado, pronto), y acabo de verificar con mis ojitos, hay un grupo con casi cuatro mil miembros que se llama «estoy harto de mantener los vagos en PR con mis contribuciones» y que se describe a sí mismo de la siguiente forma:
«Este site es para establecer un final proximo a todos los vagos en Puerto Rico que no trabajan y se la pasan esperando la GUIRA del «MANTENGO» gubernamental, sea cupunes, ayudas, etc, etc, etc. Son todos aquellos que se la pasan perdiendo el tiempo en la casa, jugando juegos electrinicos y esperando el cheque del gobierno con una barriga que parecen nenes de World-Vision. Los magnificos parasitos que nos tienen a Puerto Rico en la bancarrota por estar manteniendolos como peces de agua dulce en estanque.»
¿»Establecer un final próximo»? ¿Qué es eso y cómo proponen lograrlo? ¿Genocidio? No, quisiera pensar que lo que en realidad desean es que todos tengan empleos. Los comentarios que leí hoy (hay páginas y páginas de ellos) dicen cosas como (esto es sin censura, lo copio tal cual, aunque me mate la «z» de «abuzo»)… «sin palabra, indignacion total….. Quien piensa en mi, en la clase media. no lo puedo creer. QUE ABUZO. por Dios agamos algo que yo me apunto, esto no puede seguir, ya no mas.», y se ensañan con especial furor con las «guimas mantenías» que según ellos se dedican a parir y parir con toda la mala intención de continuar «parasiteando». Dice uno» «En especial a las Guimas cuponeras de caserio, no saben mas que paril hijos y no trabajan esperando los cupones, jajajaj…» Hasta la foto revela odio – una mujer sobrepeso, de espaldas, con algo pegado de la bata en el área del trasero.
Yo pago contribuciones, muchas, fiel, legal y consistentemente. Y mucha luz, y mucha agua. Pero con toda franqueza, no creo que el furor que este grupo de facebook tan orgullosamente, y con tanta resonancia, exhibe, se trate de eso exactamente, no. Como pagadora de contribuciones, a mí me indignan el estado de las carreteras, el deterioro del sistema público de educación, la ausencia de transportación colectiva, la ineficacia del sistema de salud, la escasez de parques y áreas verdes, en fin, me indigna que mis contribuciones no se traduzcan en una estructura de cosas que podemos llamar el bien común y que se refiere a las cosas que nos benefician a todos: urbes limpias, menos autos, más salud, mejor calidad de vida.
Pero no, no hay un grupo de facebook que inste a Fortuño a garantizarnos ninguna de esas cosas. Lo que vociferan las voces indignadas es que los pobres tienen la culpa, que nos engañan, que nos explotan. Y yo quisiera aclarar un par de cosas:
- Los pobres no nos explotan. Lo que el estado invierte en mantener a sus ciudadanos más vulnerables es una chavería en comparación con los subsidios que reciben otras entidades, corporaciones, casi todas, que pagan muy pocas contribuciones, generan muchas ganancias, y definitivamente no viven en un apartamento diminuto con ventanas miami y ruido de tiros en la noche, como viven muchos en nuestros caseríos.
- La imagen del residente de caserío que ríe sonoras y siniestras carcajadas y se frota las manos porque nosotros, los contribuyentes, le pagamos un estilo de vida que incluye piscina, cable, antena, internet, losa italiana, o lo que sea, es una fantasía, o en el peor de los casos, una excepción. La mayor parte de los residentes del caserío preferirían vivir en otra parte. Otros quieren vivir ahí, esa es su comunidad, y trabajan duro, con pocos recursos, para mantener sus apartamentos lindos, ordenados, y para bregar con el discrimen cotidiano que su geografía les acarrea. Muchos de ellos trabajan, muchos otros desean desesperadamente trabajar y no encuentran empleo.
- Ese punto es crucial: En Puerto Rico, la tasa oficial de desempleo ronda el 15%, la extraoficial el 19%, y esto es sin contar el sub-empleo, el empleo a salario mínimo que no da para vivir, y otros desastres de nuestro panorama laboral. Gritarle, indignado, al residente de caserío que «se vaya a trabajar» es, en este escenario económico, un absurdo, porque sabemos que no hay trabajo suficiente para todos los puertorriqueños, vivan donde vivan, y porque en el residencial hay mucha gente que sí trabaja – porque en este país, señores, se puede trabajar mucho, duro y bien, y seguir siendo pobre. De hecho los caseríos, como los arrabales, favelas, y otros espacios, son una de las formas físicas que adquiere el fenómeno moderno (o post-moderno?) del exceso de mano de obra potencial en una economía que «prospera» aumentando ganancias para los accionistas pero que no la prosperidad para la gente. Los pobres NO tienen al país en bancarrota, como dice el grupo de facebook, es al revés: Los pobres son la evidencia de la bancarrota del país.
Podría seguir. Parte de mí querría seguir. Pero me dice mi pantalla que voy por las mil trescientas palabras y prometí crear un blog, no un culebrón ni un tratado. Me gustaría hablar de las nociones ideológicas malsanas que se ocultan detrás de toda esta «indignación» contra el residente de caserío. Me gustaría hablar de cómo el «odio» contra el «mantenido» pobre tal vez nos distrae del timo del mantenido rico (puede ver algo sobre eso en este post). Me gustaría hablar de algunas de las personas que conozco, que son de caserío y/o viven en uno, y que no son ni vagos, ni mantenidos, ni parásitos, sino gente buena y trabajadora. Me gustaría explicar que a veces, el internet y la antena son la manera más eficaz de mantener a los nenes lejos del punto (puede leer algo sobre eso aquí) y que algunos padres y madres optan por tener esas cosas, con mucho sacrificio, porque no pueden sencillamente mandar a los nenes a correr bicicleta por ahí. Me gustaría describir el tiempo que pasé viviendo en un caserío del área metro cuando niña, y decirles a todos esos y esas que en chillonas mayúsculas hoy declaran que se mudarían a un caserío para que «los mantengan» que yo lo dudo mucho, que no les creo, que ellos y ellas no quieren vivir allí ná. Ni con tarifa fija, ni sin ella. Sólo quieren descargar su indignación, porque saben que algo anda mal, y el pobre y el dependiente siempre han sido un blanco fácil.
Foto tomada de endi.com, sección dominical del La Revista de hoy.
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